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Samsara: Toma I

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En paradigmas ajenos a nuestro entendimiento, a kilómetros y leguas de distancia -porque algunas ocurren bajo el agua y fuera de nuestra atención- nuestros sentimientos y emociones confluyen; ejecutan planes distópicos y realizan conspiraciones ocultas a nuestros ojos. Es en ese punto donde generan, donde hacen daño e incluso promueven voluntades. Estamos ensimismados en amores y odios que no entendemos, que nos tintan las ventanas para que creamos al exterior de rojo, azul o del color que nuestro humor nos otorgue. Pero aquí entre nos, yo creo que estamos ciegos; tanteando las paredes y fingiendo vista perfecta. Definimos la belleza cuando “vemos” algo que nos impresiona, y sin embargo tal estética no es más que la del paño que nos venda los ojos. Llámenlo realidad, pero no es más que percepción. Y es así como no poseo fe en verdades aparentes, como en la beligerancia justificada. No creo en la guerra, aún menos en la concerniente a la hegemonía del odio y la desesperan

Ideas en el horno

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Cuando faltan las palabras, sobran los intentos. Me vuelvo tosco, ausente; prevalezco a ratos -y sólo a medias-; no concibo distancias, y si lo hago no son completas. Mi visión permanece austera, en tercera persona, sin motivos ni principios: No hay reglas que amparen, recursos que ayuden o temas que valgan. Sin palabras se hacen los mudos; hablan los puños y las ansias; se hacen guerras y fomentamos los conflictos. Sin expresión no hay identidad, ni a ratos ni de veras. Caemos en silencio y postergamos las ideas que se han cocinado en el horno; se queman, se mueren. Nacen frustraciones y padecimientos; los ojos miran sin observar, como a través de filtros, de nuestras ideas no perpetradas que se aferran y se argamasan en los muros, en el interior de la cabeza. Las ideas concebidas y no dadas a luz, desfallecen; encuentran malformación y carecen de propósito. La naturaleza de las palabras subsiste en la expresión, porque no hay letra que viva mejor en la cabeza, como no h

Carta a mi arrendadora

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Señora, espero tenga buenas tardes, días o noche, según el momento en que esta carta llegue hasta sus manos. Considero, mientras redacto este mensaje que me ha llevado cierta cantidad de tiempo y esmero, su infinita capacidad de comprensión y espero no haber llevado a cabo ningún esfuerzo en vano, aún menos causa alguna de posibles molestias de su parte. El motivo de estas palabras es mi terminante disgusto ante las acciones que llevó a cabo durante el periodo que he ocupado el inmueble que usted, amablemente, me arrenda desde hace un año y tres meses. Considero mi privacidad factor imprescindible para encontrar comodidad en mi vida, y ésta ha sido deliberadamente quebrantada por el conjunto de actos, los cuales mencionaré a continuación. Creo que no es asunto que debiera robarle la virtud del sueño, la cantidad de mujeres que ingresan por la puerta de mi dormitorio en busca de fines carnales y de intercambio de satisfacción física con mi persona, mucho menos las forma

Ópera de Delrios

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Me encontré en el escenario de un teatro inmenso, preparado como para una ópera. Mis ojos se guiaron hacia los balcones donde las sombras de múltiples parejas mantenían relaciones sexuales, aparentemente, casi descontroladas; dignas de leyenda, muy al estilo de Sodoma y Gomorra. La risa me asaltó y realmente me sentí impresionado, con un deseo indescriptible de unirme a la fiesta, de perderme entre esos telones rojos, suelos y paredes adornados con placas de oro, en el resplandor de la concupiscencia, plasmado en un par de minutos en los que mi razonamiento captó la aparente realidad de tal situación. Pero me encontraba solo; sin pareja no podía bailar. Y fue cuando, en la punta final del escenario, donde se cae al precipicio -en el que la audiencia comúnmente se encuentra sentada-, vi una hermosa mujer de largos cabellos negros; ojos cafés oscuros, perfectamente ajenos a los de nuestro mundo, casi diabólicos. Sentada, viéndome directamente -ataviada con un vestido de la s

Corrector de estilo

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Llegué al periódico buscando un trabajo, uno en el que pudiera desempeñarme satisfactoriamente, sin caer víctima de futuros arrepentimientos de mis jefes. Por el cúmulo de mis virtudes y conocimientos en el ámbito ortográfico, me emplearon en el oficio de corrector. Mi función era -en algunos casos- excesivamente fácil. Sin embargo ameritaba vasto análisis de los detalles, no solamente en la sucesión de palabras, comas, comillas, puntos, diéresis y acentos; a la vez mantenía la responsabilidad de guardar el estilo estructurado por el medio. La manera en que los textos debían ser impresos. Un número jamás debía ser desapercibido, o simplemente no provisto de la forma acordada por los estilistas del medio. Del número uno al diez, estas cifras debían ser impresas en la manera en la que lo he hecho antes, en simples letras. El resto de los números, por regla, debían de llegar a la vista del lector como tal, como dígitos, en su acostumbrada postura matemática. “Cien m

Manual del Suicida

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Si algún día, después de una larga meditación, llegas a la conclusión de que la mejor decisión que puedes tomar es aquella que te lleve a terminar con tu existencia en este mundo, selecciona de la mejor manera, y con extremo cuidado, los actos siguientes a realizar. Sólo se necesitan un par de cucharadas de coraje para intentar el suicidio, no hablemos de las necesarias para lograrlo. El suicidio. Mal interpretado a pesar de ser una maravillosa e infalible técnica de escape que corrobora la presencia de voluntad humana sobre la vida misma. En el momento en que planees llevar a cabo dicho acontecimiento, realízalo bien; no te mates como el resto de las pobres almas en pena, recuerda que es el último día de tu vida. La jornada en la cual tomarás la mano de la muerte y emprenderás el más lejano y desconocido de los destinos a los que un hombre se puede remitir. Retomando un punto anterior: “Selecciona la razón”,  el porqué.  Justifícala. Muere por algo digno de ser recordado,